Leonidas Irarrázaval

Los “indignados” catalanes de fiesta

Al llegar a Barcelona, el 23 de junio último, al atardecer, recibí una vez más una lección de la vieja sabiduría europea. El movimiento de los “indignados”...

Por: Leonidas Irarrázaval | Publicado: Martes 26 de julio de 2011 a las 05:00 hrs.
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Leonidas Irarrázaval

Al llegar a Barcelona, el 23 de junio último, al atardecer, recibí una vez más una lección de la vieja sabiduría europea. El movimiento de los “indignados”, que abarca toda España, después de semanas de manifestaciones de repudio a todo el orden establecido por el gobierno socialista español, así como a las grandes empresas nacionales e internacionales y a los demás poderes que según ellos dominan la vida del país, había decidido cambiar de estado de animo, al menos en Barcelona.

Esa noche se celebraba “la Verbena de San Juan” y nadie quiso ni pudo dormir en la llamada Ciudad Condal. Fue una ocasión para festejar el solo hecho de estar vivos, aunque la situación económica española deje mucho que desear y el desempleo sea uno de los más altos de Europa. Nadie se acordó de todo ello. Las “sardanas”, los petardos, los gritos y bailes de todos los ritmos sólo terminaron bien entrada la mañana del 24.

Cierto es que no fui capaz de trasnochar como los demás tras 20 horas de vuelo desde Chile. Pero hasta que duró mi vigilia obligada, no vi borrachos, ni oí insultos ni peleas. Era sólo una ciudad inmensa, para mí la más atractiva de España, que celebraba en cuerpo y alma su fiesta mas querida.

Cuando me embarqué en el puerto, situado al final de las “ramblas” y cerca del monumento a Cristóbal Colón, lo hice al ritmo de un despertar feliz. El barco se alejaba lentamente despedido por la “Catedral del Mar”, construida en la Edad Media por los gremios de pescadores y que es una de las más lindas de Europa. También nos despedía la “Sagrada Familia” iniciada por Gaudí en 1860, que se terminará, quizás, en 40 años más. En la colina se divisaba el parque Güell. También obra de Gaudí, el barrio gótico con su catedral metropolitana y todo el demás fantástico de Barcelona.

Hace algún tiempo asistí en Zapallar, al funeral de un pariente que quiso ser sepultado en ese hermoso cementerio pueblerino, en el borde del mar, comparable en Chile sólo al de Punta Arenas. Eramos un pequeño e íntimo grupo de deudos que estábamos verdaderamente tristes y de allí que hubiéramos hecho el camino desde Santiago para acompañarlo a su última morada. Despidió su restos uno de sus grandes amigos, un profesional italiano de gran cultura y prestigio en Europa y en Chile. Llevaba sus palabras escritas a mano en 2 ó 3 pequeñas hojas que se volaron al mar, impresionando aun más a la conmovida concurrencia. El orador lloraba de corazón, copiosamente, inconsolable en ese momento.

Poco rato después, mientras almorzaba en un restorán de Maintencillo, vi llegar, con su señora e hijos, al único orador del reciente funeral. Se acomodó en una mesa cercana a la mía y a poco metros lo oí reír, contar chiste e historias alegres, celebrar la belleza del día y del sitio. En pocas palabras, hizo feliz a todos los suyos, dándole a cada momento lo que éste merecía. En el funeral, la pena y el llanto. A la hora del almuerzo, la risa y la alegría para celebrar la vida.

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